Atrévete a no saber: el lenguaje tóxico de nuestra era

EL PAÍS

En el contexto actual, el mundo se enfrenta a una crisis que trasciende lo político: es una crisis de lenguaje. La palabra griega krisis que alude a una separación o un punto crítico se aplicaba en medicina al instante en que una enfermedad podía mejorar o empeorar inexorablemente. La realidad es que nuestro planeta se encuentra en una enfermedad simbólica, y propongo que su origen radica en las palabras que empleamos para describir y entender la situación que vivimos. Existen fuerzas poderosas, tanto económicas como políticas, que buscan distorsionar la conexión entre el lenguaje y la realidad, así como el vínculo entre palabras y verdades que imperan nuestra percepción del mundo.

Como novelista y articulista, reconozco que estos dos oficios, aunque trabajen con el mismo idioma, persiguen objetivos distintos. Mientras que los artículos de opinión están destinados a defender posturas y convicciones, las novelas exploran certezas y dudas sin ofrecer respuestas definitivas. No obstante, ambos campos comparten una misión importante: restaurar el lazo entre el lenguaje y nuestra experiencia vital. Anton Chéjov, reconocido escritor ruso, expresó en una carta privada su rechazo a la mentira y la violencia, declarando que valora la libertad absoluta y la dignidad humana.

La búsqueda de esta libertad plena es un objetivo simple, pero su conquista exige un esfuerzo considerable. En la actualidad, la violencia ha teñido nuestra realidad de dolor, y el lenguaje que usamos para narrarla se ha vuelto insuficiente. Esto es particularmente evidente en contextos como Gaza, Ucrania y la crisis de migrantes, donde el término “invasores” es utilizado por fuerzas políticas que optan por la insolidaridad. Además, estamos ante una distorsión inédita: la unión entre los plutócratas tecnológicos y los nuevos populistas, que cuestionan el orden mundial y, en consecuencia, la estabilidad emocional de los ciudadanos. En ese contexto, se libra una guerra contra el lenguaje, que busca minar su capacidad para describir la realidad.

La llegada de la inteligencia artificial ha presentado tanto oportunidades como desafíos sin precedentes. Si bien esta tecnología promete numerosos beneficios, también representa un experimento de manipulación que utiliza el lenguaje para fines desconocidos. El acuerdo entre autócratas y plutócratas implica un control sobre el ciudadano, incluso sobre las palabras que utilizan. Este control afecta la forma en que nos comunicamos y, en última instancia, nuestras decisiones y lealtades políticas. Este proceso está diseñado para erosionar la confianza en la verdad, la razón y nuestras percepciones.

Así como la Ilustración abogó por el lema sapere aude, que significa «atrévete a saber», hoy enfrentamos una contrarrevolución que promueve la desorientación e ignorancia, alentada por quienes buscan sembrar el caos. La destrucción del lenguaje y su capacidad para articular la realidad es esencial para el éxito de estos movimientos. Por ello, se vuelve imperativo que los ciudadanos enfrentemos modelos de negocio que propician la erosión de la verdad comprobable y fomentan un comportamiento tribal y violento. La defensa de quienes narran el mundo, como periodistas, historiadores y educadores, es crucial en esta lucha por restaurar el valor del lenguaje y asegurar que términos como libertad, censura, democracia y humanidad mantengan su significado.

Este encuentro, que hoy nos reúne, no es solo una celebración del idioma, sino también un esfuerzo colectivo por resistir frente a las fuerzas del caos que amenazan nuestra forma de comunicación.

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