En 1976, el reconocido escritor argentino Jorge Luis Borges, ya un autor consagrado a sus 77 años, defendió su sensibilidad en una entrevista con el periodista español Joaquín Soler Serrano. “No, falso. Soy desagradablemente sentimental. Soy un hombre muy sensible”, respondió a la acusación de ser un hombre frío.
Borges, nacido al final del siglo XIX, explicó que su escritura está impregnada de emoción y pudor. “La tarea del arte es transformar lo que nos ocurre continuamente en símbolos”, dijo, destacando cómo utiliza elementos simbólicos para evocar sentimientos profundos.
Las relaciones amorosas de Borges han sido fundamentales en su obra literaria. Este tema fue el eje central de la quinta edición del Festival Borges, que se celebra esta semana en Buenos Aires. Los escritores y periodistas Patricio Zunini y Flavia Pittella exploraron la influencia de las mujeres que marcaron la vida del autor, desde su primer amor, Concepción Guerrero, hasta su última pareja, María Kodama, con quien contrajo matrimonio poco antes de su muerte y quien se convirtió en la guardiana de su legado literario.
Ecos de sus amores en la obra de Borges
A través del lenguaje poético, Borges tuvo la oportunidad de expresar sentimientos que a menudo no se reflejan en su narrativa. “Toda poesía es plena confesión de un yo, de un carácter, de una aventura humana”, afirmaba el escritor en 1926. Un claro ejemplo es el poema El amenazado, incluido en El oro de los tigres, donde Borges se siente vulnerable ante el amor:
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Durante esos años, la figura de Kodama comenzó a desempeñar un papel crucial en su vida, acompañando a un Borges ciego y cada vez más reconocido en sus viajes por el mundo.
Primeros amores y frustraciones
Cincuenta años antes, en su juventud, Borges dedicó el poema Sábados en Fervor de Buenos Aires a su novia Concepción Guerrero. Sin embargo, su relación se enfrió debido a un viaje a Ginebra, y al publicar de nuevo el libro en 1947, la dedicatoria se redujo a “Para C. G.” en las reimpresiones sucesivas.
Con Guerrero, Borges estableció una tradición marcada por múltiples desengaños amorosos. Su relación con Norah Lange fue interrumpida por el interés de esta en otro hombre, y su matrimonio con Elsa Astete Millán fue un fracaso. A pesar de su historial complicado, Borges mantenía una visión romántica del amor. “Él estaba enamorado de la idea misma del amor”, afirma Pittella.
Las dedicatorias en sus obras reflejaron su amor en un ámbito más público. Zunini, autor de Borges enamorado, señala que estas dedicatorias a menudo servían como despedidas, iniciando nuevos caminos al poner en palabras sus sentimientos. A Estela Canto, por ejemplo, le dedicó El Aleph, vinculando su figura con la protagonista Beatriz Viterbo.
La historia de amor con Kodama comenzó de manera icónica: una joven estudiante de 16 años que, al chocar accidentalmente con Borges de 57, inició una conexión literaria que se transformó en un profundo amor. A pesar de las controversias en Argentina, donde su presencia fue comparada con la de Yoko Ono respecto a los Beatles, Kodama se mantuvo a su lado y defendió su legado tras su muerte.
Relato de amor en Ulrica
Aunque la obra de Borges está marcada por la violencia y el conflicto, Ulrica, un relato de El libro de Arena, se erige como una excepción romántica. En este cuento, dos personajes experimentan un amor instantáneo en un entorno onírico. En la intimidad, Borges y Kodama se dirigían el uno al otro con los nombres de los protagonistas de esta historia, simbolizando su conexión especial.
Curiosamente, en la lápida de Borges en Ginebra, se puede encontrar un epígrafe que hace referencia a Ulrica, aludiendo a un amor que trasciende el tiempo, mientras que sobre ella reposa una nave vikinga, un símbolo de su paso a la eternidad.